“Más allá de si me sentía agobiada o no, ese departamento fue lo mejor que pude encontrar. Y sobreviví a la experiencia haciendo el documental. Tomándome el tiempo para deambular por los pasillos. O sea: alargué mi espacio vital, ya no estaba circunscripta a mi departamento. Circulaba por los pasillos, las escaleras de emergencia, el hall, conocía la sala de máquinas del elevador, el estacionamiento, y me la pasaba ahí. Hubo un montón de tomas que hice del edificio que quedaron fuera y tenían que ver con esos no-lugares dentro del edificio”. Adriana Casas vivió cinco años en un monoambiente del Abasto. Cinco años en un departamento de cuatro metros de lado en un edificio repleto de decenas de departamentos iguales. A partir de la vivencia y del trato con los vecinos filmó Construcción fija para habitación humana, que se estrena hoy y se proyectará cada jueves de julio a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).

  El documental, cuenta la mexicana Casas a PáginaI12, surgió impulsado por su tesis de maestría (cursaba la de periodismo documental en la Untref), unida a su pasión por la arquitectura y su experiencia vital como migrante en Argentina. Como sabe cualquiera que haya buscado departamento para alquilar, la experiencia pude ser algo muy cercano al horror. Casas cuenta que se encontró con “lugares inhóspitos, realmente oscuros, donde el ser humano terminaría en crisis por el espacio”. Y eso, hace la salvedad, de que consiguió una garantía de una amiga argentina que le ahorró el dolor de cabeza de caer en los carísimos departamentos para turistas extranjeros.

  En Habitación fija... la directora presenta, sin apuro pero con buen pulso, una mirada a la construcción de las subjetividades de sus vecinos de edificio: un masajista, un diseñador gráfico, una señora que habla de la necesidad de planificar su muerte, el encargado, una joven que busca otro lugar para criar a su hijo, ella misma. Hay algo de fascinante en el planteo de Casas, en cómo los presenta y hace que el espectador se interese por sus vidas mientras, además, permite que arquitectos de distintos perfiles (incluso uno “holístico”) analicen las condiciones de vida del lugar. “Me parecía que lo más enriquecedor era justamente ver eso, la individualidad de una persona que habita un espacio que es genérico. Por eso hay una parte del documental donde me dediqué a ir por los pasillos registrando todo”, recuerda.

De esos registros surgen incluso discusiones fuertes, que se escuchan en los pasillos aunque no lleguen a los departamentos vecinos. “Como el audio es más discreto me paraba en los pasillos y escuchaba si había algo interesante y me quedaba ahí a sabiendas de que en cualquier momento abrían la puerta y me descubrían. Pero lo que pasa es que la gente en realidad no habita los pasillos porque son lugares de paso. La única loca que iba deambulando por los pasillos y que no iba directamente a su casa era yo y el portero, que ya sabía que yo estaba grabando un documental porque lo entrevisté”, plantea.

  En esa suerte de pajarera-edificio, casi ninguno de los habitantes piensa en el futuro. Nadie se ve viviendo allí dentro de diez años, excepto el propio encargado, aunque paradójicamente es el único que lamenta saber a ciencia cierta que deberá irse de allí cuando se jubile. “Siente que se ganó la lotería al trabajar en ese espacio donde vive”, comenta Casas. La propia directora matiza un poco esa sensación de vida pasajera.. “La mayoría de quienes abrieron sus puertas eran inquilinos, entonces eso refuerza la idea de que estaban de paso: yo misma ya no vivo ahí”, advierte. Pero además, Casas destaca la perspectiva del director de la revista mexicana de arquitectura en la que ella colabora. “Él afirma que está cambiando la dinámica inmobiliaria en todo el mundo, que el ser humano pretende invertir su patrimonio no ya en un lugar seguro para vivir, sino en tener experiencias y entonces cada vez se construyen lugares un poco más pasajeros”, dice. “El documental tampoco pretende decir quién vive bien y quién mal, porque todos vivimos dadas las circunstancias y nos vamos adecuando al espacio o lo adecuamos. Pero sí buscaba cuestionar algunas cosas, como la sobrepoblación”. Casas advierte que “todos necesitamos un lugar para vivir. Somos millones, nunca fuimos tantos y encima queremos vivir todos en el mismo lugar”.

  Contra la sugerencia de su director de tesis –y productor del documental– Alejandro Hartamann, Casas eligió enfocarse en la experiencia subjetiva del hábitat y no en el negocio inmobiliario, apenas mencionado por uno de sus entrevistados. “Tendría que haber sido otro documental si me metía a la lucha inmobiliaria, todo el movimiento que hay para que las propiedades ociosas no lo sigan siendo. Si lo planteaba con algún entrevistado experto, me iba a quedar corta”, explica. “¿Hacia dónde vamos? Pues a vivir en lugares más pequeños y sin tantas comodidades, sea porque privilegiamos otras cosas o porque el mercado también nos está ofreciendo eso”.

  Algunos de sus entrevistados trabajaban en el mismo monoambiente en el que vivían. “Incluso podían estar muchos días sin salir del departamento. Uno tiene que tener mucho temple para vivir y trabajar en el mismo lugar. Un entrevistado decía que se dio cuenta que se hizo más sociable porque salía del departamento y buscaba más actividades afuera. Creo que el documental retrata eso. Y comparado con otros lugares, esa era una buena opción por precio, ubicación, distribución y luminosidad. ¡Imagínate las que no son buenas opciones!”